Después de cierto tiempo, al olvidar
el aroma a nuevo de las cosas,
la maravilla de las mudanzas,
el cuerpo empieza a curar
su obsesión por el recuerdo.
La casa guarda nuestras heridas;
puedo sentir las desgarraduras de mi ropa
también en sus paredes; se acabó
esa otra época,
se recubre de inercias un cascajo
cada vez más prudente y atento
a los derrumbes
en el hueso de su rectitud.